Mucho se ha dicho sobre la ambición... Cuando los hombres se equivocan y pierden todo lo material, siempre hay alguien presto a señalar: ¡Fue la desmedida ambición!. Se confunde, en realidad, ambición con avaricia.
La ambición puede ser el deseo fulgurante de poseer cosas materiales, reconocimiento, medallas, posteridad, protagonismo, fortuna y placeres, pero también puede ser el anhelo encomiable de superarse a sí mismos, reconocerse desde otro lugar y función, pero generando algo digno y desinteresado por lo cual ser recordado y respetado, como es el caso de los prohombres, de los próceres y de los inventores o científicos como Edison y Pasteur, respectivamente, que motivados y ambiciosos, no claudicaron, y hoy, gracias a ellos, podemos iluminar nuestro hogar, y tomamos leche pasteurizada.
A diferencia de la avaricia, la ambición mejora al hombre y a los que les sirve sus logros, en cambio la avaricia, fulmina todo lo que tiene a su paso, y el avaro, no distingue la línea de la ética, y todo lo que persigue, en algún aspecto siempre irá contra sí mismo y contra los demás.
Para que avancemos permanentemente y disfrutemos logros de la mano de la Ley de Atracción, debemos elevar nuestro ser espiritual, y que éste esté por encima de ruindades como la avaricia, y motivado hacia una ambición equilibrada y coherente con sus valores, con aquellas cosas que de verdad le importan.